Carthagena y Santa Marta

Carthagena y Santa Marta
Carthagena y Santa Marta

«La muerte de las olas del Mar Menor, es el indicativo más claro y contundente, de la muerte de toda una zona litoral«

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Había cantidad de gente. Muchos hombres iban encorbatados, pero daba la sensación por sus aspectos que no eran gente de corbata habitual por los tirones que se daban en el cuello por portar un cuerpo extraño en su pescuezo.

Inocente de mí, que después de tener unos setenta años casa abierta en Carthagena, es una población rara, extraña, incomprensible, creí que era una manifestación ciudadana porque la ciudad, en su proceso de decadencia, apenas va a volver a los trenes de vapor, si cualquier día no se levantan las vías y se les venden los railes a algún chatarrero, ante el control tan trasparente de las cuentas municipales, que no hay compañones a verlas.

Pero no. Y no sé el por qué, pero me he puesto a nivel de puente dental hacia adentro, a canturrear una copla que dice que Santa Marta, una ciudad colombiana, caribeña, tiene tren; pero no tiene tranvía, y que si no fuera por las olas Santa Marta moriría.

La muerte de las olas del Mar Menor, es el indicativo más claro y contundente, de la muerte de toda una zona litoral, cuyo cadáver ha servido y está sirviendo a que piadosamente, un puñado de plañideras y plañideros, se lleven bajos las enaguas los euros limpios, pero negros, que, todo su temor es por si los euros al ser negros podían dejar un tinte y se les notara en sus trajes, corbatas y mechones, porque por lo demás, bien se pueden trincar un puñado de millones por salir tu foto unos días en los medios trompeteros, de una cortijá, donde cualquier cabo cuartel, presenta unas cuentas más claras y reales que el Lorzas y sus mariachis.

Aunque no estoy muy versado en leyendas orientales, especialmente si son judías con chorizo de nacimiento, he querido ligar estos renglones con Santa Marta de Colombia y pensando en lo que dice Google sobre la santa, hermana de Lázaro, al que le tengo mucha manía porque estuvo enterrado no sé cuántos días u horas, y muy bien podía haber dejado por escrito lo que pasa durante y después de la gusanera.

Pero en el fondo, se ve que en la época del tal Lázaro, los derechos de autor circulaban con la seriedad de ahora, asunto dejado por todos los gobiernos ubicados en España, donde el escritor funciona, el lector, también; pero, entre los dos extremos hay tantas minas de las que llaman de bolsillo, cuando en realidad son minas rompe piernas, cuyo plano de situación está en manos particulares, siguiendo la premisa de viva la libertad, ¡carajo!

Después de unos veinte años de lucha social demandando por escrito el malévolo y letal asunto de los suelos carthagineses contaminados (escribo con th Carthagena, porque sonaría Calzagena, mucho más elegante y tradicional), al final me he rendido. Y esta mañana, tengo que confesarlo públicamente para no caer en pecado mortal, cuando me he percatado para qué era la concentración en la puerta de la estación del antiguo ferrocarril, he sentido una profunda desgana social, y he tenido que mirar el teléfono móvil para ver en el año que vivía, y salir al tranco lerdo de mi gayao, por si alguien me tomaba por un manifestante.

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