López Miras se arrodilla ante Atila mientras Constantino le tiende la mano

López Miras se arrodilla ante Atila mientras Constantino le tiende la mano
López Miras se arrodilla ante Atila mientras Constantino le tiende la mano

Lucas le ofreció la redención, pero el emperador eligió el látigo del bárbaro Antelo

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La Región de Murcia amaneció en aquella Semana Santa de 2025 cubierta por un manto espeso de intriga y aroma a incienso, con un telón de fondo político digno de tragedia romana. En el centro del drama, Fernando López Miras, presidente regional y emperador por obra y gracia del Paso Blanco lorquino, se debatía entre las exigencias incendiarias de José Ángel Antelo, jefe bárbaro de VOX, y la oferta pacificadora de Francisco Lucas, el joven líder socialista que proponía rescatarlo del abismo del extremismo.

En esta escenografía pasional, López Miras, enfundado nuevamente en el brillante manto del emperador Teodosio que luciera el año anterior en las procesiones lorquinas, contemplaba con creciente desesperación el avance implacable del caudillo Antelo, al frente de sus huestes voxistas, empeñadas en imponer condiciones radicales a cambio de sostenerlo en el poder.

«Cerrar el centro de menores de Santa Cruz, expulsar la cultura marroquí de las aulas y rechazar el Pacto Verde Europeo, me ha exigido el bárbaro», repetía Miras con horror mientras caminaba de puntillas entre las filas procesionales. Como un Teodosio acosado por visigodos sedientos de venganza, veía cómo Antelo aprovechaba cada ocasión para chantajearlo, exigiendo tributos ideológicos cada vez más delirantes.

José Ángel Antelo, un bárbaro de barba recia y mirada encendida, se sentía seguro con su tropa detrás. «Si no cumples nuestras demandas, no tendrás presupuestos y con ello tu reino caerá, Miras», sentenció Antelo, blandiendo su lanza metafórica ante la Asamblea Regional. Se había convertido en el auténtico regidor, condicionando cada movimiento del emperador.

Pero López Miras, más acostumbrado al halago que a la batalla, no dejaba de lanzar miradas suplicantes hacia cualquier lugar que pudiera salvarlo de las imposiciones del bárbaro Antelo. Sin embargo, como emperador acostumbrado a gobernar en minoría, temía perder el apoyo de las élites romanas del PP nacional, personificadas en un Alberto Núñez Feijóo, emperador en funciones en Madrid, que prefería mantener distancia prudencial ante la tormenta murciana.

Mientras tanto, las procesiones seguían desfilando majestuosas por Murcia, Cartagena y Lorca, ajenas aparentemente al drama político que se vivía en palacio. Pero en las calles, los ciudadanos comentaban la extraña semejanza entre las exigencias voxistas y los desfiles bíblico-pasionales. “Esto es como el Apocalipsis, ¡solo que sin caballos y con mociones parlamentarias!”, gritó un jubilado desde un balcón, provocando risas entre los vecinos.

En medio de este vía crucis político, apareció Francisco Lucas, joven líder socialista convertido ahora en una especie de Constantino el Grande, ofreciendo al atribulado emperador murciano una salida luminosa: un pacto razonable que lo librara de la presión de los bárbaros. “Emperador Miras”, proclamó Lucas con solemnidad, “olvida a Antelo y sus huestes bárbaras. El PSOE está dispuesto a apoyarte en cuestiones esenciales. Juntos podemos garantizar estabilidad sin tener que entregar la región al radicalismo”.

Lucas, con toga blanca y sonrisa pacífica, parecía la encarnación de la sensatez en medio del desvarío generalizado. Ofrecía a Miras lo que nadie más podía darle: la posibilidad de gobernar sin el yugo bárbaro de VOX. Pero la propuesta generó en Miras más temblores que tranquilidad: ¿Cómo explicaría en Roma, ante el emperador Feijóo, que había negociado con aquellos que durante años consideró enemigos acérrimos?

Antelo, enfurecido por la aparición del joven Lucas, aumentó la intensidad de sus amenazas: “¡Miras, elegir al socialista es renunciar a tus raíces! Nosotros, los auténticos defensores de Roma y la patria, jamás permitiremos esa traición”. El bárbaro voxista, encendido por la posibilidad de perder influencia, comenzó a vociferar consignas apocalípticas, calificando cualquier acercamiento a Lucas como una herejía imperdonable.

Pero en este carnaval político romano, López Miras se debatía entre dos miedos paralizantes: sucumbir al radicalismo de Antelo o aceptar la oferta racional de Lucas, enfrentando la ira de sus propias filas en Roma.

La situación llegó a un punto álgido durante el Viernes Santo. En Lorca, mientras López Miras desfilaba angustiado bajo su manto imperial, se encontró de repente flanqueado por dos procesiones divergentes: a un lado Antelo, vestido como Atila, líder de los hunos, dispuesto a arrasar con todo; al otro, Lucas como Constantino, alzando una bandera blanca en son de paz y racionalidad política.

Los ciudadanos miraban atónitos el espectáculo. Los nazarenos interrumpieron momentáneamente su penitencia para ver cómo el emperador murciano, atónito y confundido, intentaba elegir entre la destrucción radical y la serenidad dialogante.

Francisco Lucas aprovechó la tensión para lanzar una última oferta, clara y contundente: “Fernando, acepta el pacto con el PSOE y abandona las exigencias extremas de VOX. Piensa en la Región de Murcia y no en los intereses de Roma. Aquí estamos para garantizar estabilidad y progreso sin caer en extremismos”.

Pero López Miras, finalmente, dio un paso atrás. Miró hacia Antelo y hacia Lucas, y decidió aferrarse a lo conocido, a lo que consideraba más seguro para su supervivencia política inmediata. “Lo siento, Lucas, pero no puedo abandonar mis raíces”, musitó resignado, regresando al lado del bárbaro Antelo, quien sonrió victorioso.

Los ciudadanos, decepcionados y murmurando, vieron cómo la oportunidad de romper el chantaje político de VOX se desvanecía. Antelo celebraba en voz alta su triunfo mientras Luca, regresaba entre vítores discretos de quienes admiraban su valentía y sensatez.

La Semana Santa terminó con López Miras atrapado nuevamente en las exigencias extremas de VOX, sabiendo que había perdido una oportunidad única para liberarse del caos bárbaro y asegurar una paz duradera para su imperio murciano.

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