La chispa adecuada

La chispa adecuada
La chispa adecuada

«¿Dónde estaba López Miras mientras su Región se incendiaba de racismo?«

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«Todo arde si le aplicas la chispa adecuada.» Esa frase, extraída de una célebre canción de Héroes del Silencio, resuena hoy con una ironía escalofriante en la Región de Murcia. En Torre Pacheco, alguien encendió la chispa adecuada y ardió la convivencia. Lo que comenzó como una justa indignación por la agresión a un vecino ha derivado en un brote de racismo y xenofobia, inflamado por bulos y azuzado por quienes deberían apagar fuegos en vez de provocarlos. Y mientras las llamas del odio crecían, hubo héroes del silencio –sin guitarra ni talento musical, pero con cargo público– que optaron por callar en el momento más inadecuado.

De la chispa a las llamas en Torre Pacheco

La secuencia de hechos en Torre Pacheco parece escrita con mala leche: el pasado miércoles, un hombre de 68 años fue brutalmente agredido por varios jóvenes mientras paseaba junto al cementerio del pueblo. El propio Domingo, maltrecho pero vivo para contarlo, declaró a la policía que sus atacantes podrían ser de origen magrebí. Esa suposición, esa pequeña chispa, bastó para prender la hoguera. En pocas horas, las redes sociales ardían con mensajes de odio: algún genio del teclado difundió el vídeo de una paliza cualquiera, presentado falsamente como la agresión a Domingo, y otro colgó las fotos de cinco supuestos agresores magrebíes sacados de la manga (cuando ni siquiera se sabía quiénes eran los culpables reales). Las palabras fueron avispas –como cantaba Bunbury– y sus aguijones digitales no tardaron en picar la ira de muchos.

Lo que vino después era tristemente previsible. Vecinos preocupados por la inseguridad convocaron una concentración de repulsa, algo pacífico en teoría, pero a la cita acudieron invitados no deseados: grupos ultras llegados desde fuera del municipio, atraídos por el aroma del linchamiento. El llamado efecto llamada –término que a la ultraderecha le encanta usar para alertar de la inmigración– funcionó aquí a la inversa: radicales xenófobos olieron sangre y se personaron en Torre Pacheco dispuestos a «defender» el pueblo de un enemigo que, en realidad, ya estaba siendo buscado por la policía. Porque sí, los agresores de Domingo huyeron y las fuerzas de seguridad se pusieron a trabajar para atraparlos (de hecho, días después detuvieron a uno en el País Vasco, pero los justicieros de fin de semana no iban a esperar tanto).

La chispa adecuada

El resultado: varias noches de disturbios vergonzosos. Las calles de este municipio agrícola –orgullosa huerta de Europa, ahora convertida en un polvorín– se llenaron de carreras, pedradas, petardos y cacerías humanas dignas de un desvarío medieval. Jóvenes de origen magrebí corriendo para salvar el pellejo, perseguidos por hordas de salvapatrias con la vena del cuello hinchada y un odio importado en autobús. El saldo, por ahora: varios heridos, coches destrozados, catorce detenidos y una resaca colectiva de miedo y vergüenza. Torre Pacheco, con un 30% de su población de origen marroquí, ha vivido un fin de semana que nadie querría ver repetido: vecinos contra vecinos (o peor, vecinos contra ciudadanos inocentes señalados solo por sus rasgos), mientras la Guardia Civil hacía de escudo humano para evitar una tragedia mayor.

¿Y quién encendió la chispa adecuada para esta orgía de xenofobia? Aquí entra en escena José Ángel Antelo, líder regional de Vox y pirómano verbal a tiempo completo. Antelo, olfateando el rédito político del suceso, se plantó el sábado en Torre Pacheco y, megáfono metafórico en mano, soltó una arenga incendiaria: según él, la “inmigración ilegal que financian PSOE y PP” es la culpable de agresiones a ancianos, de agresiones a homosexuales, de violaciones a nuestras hijas y de todo mal imaginable. Un discurso delirante que reducía a decenas de miles de personas a caricaturas criminales. Remató prometiendo deportaciones masivas –»no va a quedar ni uno»– y declarando quién es bienvenido en España y quién no. Vamos, lo típico de Vox un sábado cualquiera, pero dicho en el epicentro de un polvorín social. Si esto no es arrimar una cerilla a un bidón de gasolina, que baje Dios y lo vea.

El problema es que cuando un representante público legitima esas ideas en plena tensión, muchos energúmenos lo toman como luz verde. Antelo proporcionó la chispa adecuada para que los ultras se envalentonaran. Su mensaje fue un claro “venid, muchachos, que aquí hay faena”, y vaya si acudieron. Dudo que Antelo reparara en que entre los fans de su discurso estaba colándose algún que otro neonazi con ganas de marcha; o quizá le dio igual, total, un puñado más de cabezas rapadas «defendiendo Torre Pacheco» le venían de perlas para su narrativa victimista. En cualquier caso, él echó gasolina verbal al fuego y luego, muy ufano, probablemente se fue a casa a tuitear sobre lo patriota que es, mientras en Torre Pacheco volaban piedras.

El silencio cómplice de López Miras

Cuando las llamas figuradas del odio se propagan, uno esperaría que el presidente de la comunidad autónoma saliera con un extintor, o al menos con unas palabras claras de condena. Pero Fernando López Miras optó por ser un héroe del silencio. Desde el viernes al mediodía, cuando la tensión empezó a cocerse, hasta el domingo por la mañana, el paradero de López Miras fue un misterio digno de Cuarto Milenio. Ni rastro de actos oficiales en su agenda, ni un mísero mensaje en redes sociales sobre la crisis que se mascaba en Torre Pacheco. Un mutismo estruendoso en alguien que, habitualmente, es más activo en Twitter que un influencer vendiendo batidos milagrosos.

¿Dónde estaba nuestro ilustre presidente regional mientras su región saltaba a los titulares nacionales por una cacería racista? Esa es la pregunta del millón. Todo hace sospechar que no estaba precisamente ocupado coordinando la respuesta a los disturbios. Su repentina invisibilidad ha dado alas a las especulaciones más variopintas. ¿Se fue de escapada a algún rincón apartado a desconectar del mundanal ruido (y de las pedradas)? ¿Andaba quizá de tertulia privada con algún barón de su partido planeando estrategias electorales lejos del humo literal y figurado de Torre Pacheco? Tal vez simplemente confió en que sus socios de Vox no liaran mucho el asunto y prefirió mirar hacia otro lado hasta que escampase. Sea cual sea la explicación, la impresión que queda es terrible: mientras unos agitaban las calles y otros huían por miedo, el presidente parecía estar a por uvas.

La chispa adecuada

El domingo por la mañana, con el pueblo todavía con cristales rotos en las aceras y la resaca del pánico en el cuerpo, López Miras hizo por fin acto de presencia. Se dejó ver en Torre Pacheco y ofreció unas declaraciones llamando a la calma. A esas alturas, supongo que no le quedó más remedio que aparecer, no fuera a ser que alguien pensara que había sido abducido por extraterrestres. Con rostro grave, elogió la labor de la Guardia Civil y pronunció frases solemnes sobre la importancia de la convivencia y la necesidad de que cese la violencia. Muy sensato todo, sí señor. Pero entre todas sus palabras cuidadosamente escogidas, hubo un clamoroso silencio: ni una sola referencia explícita a la gasolina que había avivado las llamas. Ni mención a Antelo, ni a Vox, ni a los discursos de odio que encendieron el ambiente. López Miras condenó la violencia de forma genérica, como quien reprende a dos niños que se pelean sin entrar en quién empezó la bronca.

Esa equidistancia calculada no pasó desapercibida. La oposición y muchos observadores señalan lo obvio: el presidente evitó condenar a Vox porque Vox es su socio incómodo. Recordemos que López Miras gobierna Murcia gracias a un acuerdo con Vox, partido al que necesita para aprobar presupuestos y mantenerse en el poder. Es un matrimonio de conveniencia un tanto tóxico, en el que el PP mira hacia otro lado ante las tropelías verbales de Vox para que la sangre (política) no llegue al río. Y vaya si miró hacia otro lado: cuatro días tardó en pronunciarse desde los primeros altercados, y cuando lo hizo fue para soltar vaguedades y reclamar al Gobierno central que mandara más policías y frenara la entrada de «los de fuera» que venían a «sembrar discordia». Curioso eufemismo para no decir ultraderechistas.

La pregunta incómoda: ¿dónde estabas, presidente?

Volvamos a ese lapso misterioso entre el viernes y el domingo en el que López Miras brilló por su ausencia. Es inevitable preguntarse qué asunto podía ser tan importante como para mantener al presidente alejado (y calladito) mientras un municipio de su región ardía en conflictividad. Su silencio en redes –él, que tuitea hasta cuando inaugura un semáforo– y la falta de agenda oficial sugieren que prefirió quedarse en la sombra durante el estallido de la crisis. ¿Por qué? ¿Acaso esperaba que el fuego se apagara solo, sin tener él que mojarse? ¿O quizá estaba atendiendo algún compromiso inconfesable del que no quiere que trascienda foto alguna?

Imaginación al poder: tal vez se fue de escapada exprés a relajarse a la playa, lejos del ruido, confiando en que a la vuelta todo estaría bajo control. O peor, tal vez estaba en alguna reunión discreta, pidiendo consejo a sus estrategas sobre cómo no enfadar a Vox con su respuesta. “Mejor quédate quieto, Fer –le susurrarían al oído–, que esto es un berenjenal: si señalas a Antelo, se nos cae el chiringuito”. Y obediente, él se quedó quieto. Claro que esto son elucubraciones; lo único cierto es que no dio la cara hasta que el escándalo ya era insostenible. Su aparición dominical supo a poco y llegó muy tarde.

Por supuesto, López Miras defendió después su actitud diciendo que lo único responsable era pedir calma y no entrar al trapo de disputas políticas. Dijo, con mucho aplomo, que cualquier discurso sobre Torre Pacheco que no sea para calmar los ánimos es irresponsable. Una forma fina de desacreditar a quienes –desde el Gobierno central o la oposición regional– denunciaron la raíz racista de los disturbios y el papel de Vox azuzando el odio. Según él, alzar la voz contra la xenofobia rampante es hacer política con la desgracia, y él es demasiado serio como para caer en eso. Faltaría más. Mejor adoptar la pose del estadista por encima del bien y del mal, aunque esa pose consista en no llamar a las cosas por su nombre.

Todo arde… ¿y las cenizas qué?

La canción de Héroes del Silencio habla de confundir besos con raíces y de listas de promesas por olvidar. En la política murciana actual, besos no vemos muchos, pero raíces podridas de odio, las que quieran. Y hay promesas que más vale no olvidar: la promesa de defender la convivencia, de proteger a todos los ciudadanos por igual, de no hacer la vista gorda ante el racismo. Promesas que, al parecer, López Miras ha archivado en la lista de “cosas incómodas que es mejor ignorar”. Total, todo arde si le aplicas la chispa adecuada, y su socio ya se encarga de aportar cerillas a mansalva.

Lo ocurrido en Torre Pacheco es un aviso de lo que pasa cuando se blanquea a la ultraderecha y se normalizan sus discursos. Durante años Vox ha demonizado a los inmigrantes, sembrando un campo fértil de miedo y rencor. Solo hacía falta la chispa adecuada –una agresión puntual, un bulo viral, una bravuconada política– para prender la llama. Y prendió. Ahora tenemos a un pueblo dividido, familias atemorizadas encerradas en casa, y energúmenos creyéndose héroes por perseguir inocentes. Las cenizas de esta crisis tardarán en enfriarse: la desconfianza entre comunidades, el dolor de los agredidos por su color de piel, eso no se barre tan fácilmente como los cristales rotos.

Fernando López Miras, con su silencio cómplice, ha demostrado que prefiere no echar agua si el fuego lo iniciaron sus amigos de Vox. Tal vez piense que así mantiene la estabilidad de su gobierno. Pero lo único que mantiene es la indignidad de un líder que no lidera cuando más se le necesita. Ha actuado como un perfecto bombero pirómano: se esconde mientras se aviva el incendio y luego aparece para la foto, manguera en mano, cuando las llamas ya han calcinado media casa.

En La Chispa Adecuada, Enrique Bunbury canta «todo arde si le aplicas la chispa adecuada». En Murcia hemos visto esa triste verdad con nuestros propios ojos esta semana. Solo que aquí no ardió por amor perdido, sino por odio ganado. Y mientras tanto, nuestros gobernantes tararean la melodía pero evitan a toda costa cantar la parte incómoda de la letra. La chispa fue más que adecuada para los propósitos de algunos, y devastadora para la convivencia de todos los demás. Ha llegado la hora de que alguien apague este fuego, porque entre tanta ceniza ajena, el humo nos está asfixiando a todos.

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