«La elección del PP no es casual ni táctica, es ideológica. No se trata de que Vox sea un mal necesario para sumar escaños. Es que Vox representa hoy la coartada perfecta para que el PP gobierne sin complejos, sin disimulo«
El teatro político en la Región de Murcia nunca decepciona. Ni por lo grotesco, ni por lo previsible. Y, una vez más, asistimos a una función en la que el Partido Popular, en lugar de gobernar desde el sentido común y el interés general, se deja arrastrar por los pasillos estrechos del extremismo, buscando la complicidad de Vox para sacar adelante los presupuestos autonómicos de 2025. Mientras tanto, la oferta de diálogo del PSOE para lograr consensos amplios y estables es despreciada con displicencia. No es política, es cálculo. No es estrategia, es miedo a molestar a los socios ultras.
Aparentemente, el acuerdo entre PP y Vox para sacar adelante las cuentas lleva cerrado desde diciembre. Solo faltaba el teatrillo final, la coreografía del anuncio solemne, para fingir que aquí hay negociación y no sumisión. La misma liturgia que vimos hace unos días en la Comunidad Valenciana, donde Vox se jactaba de haber recortado partidas culturales, de cooperación internacional o en defensa de las lenguas cooficiales, mientras el PP callaba, asentía y firmaba. Mazón abrazó el discurso racista y xenófobo de VOX, apuesten porque López Miras hará lo mismo. La Región de Murcia sigue el mismo guion, solo que con menos luces y más descaro.
La paradoja resulta casi ofensiva: mientras Francisco Lucas, secretario general del PSRM-PSOE, ofrecía públicamente diálogo, acuerdos y la posibilidad de avanzar en temas estructurales como el Mar Menor, la financiación autonómica o el agua, el Gobierno regional se lanzaba a los brazos de Vox con la emoción de quien se sabe rehén, pero finge amor. El consejero de Presidencia, Marcos Ortuño, desestimaba cualquier acercamiento a los socialistas con la clásica letanía de reproches y agravios nacionales, como si Sánchez fuera el problema de que Murcia tenga presupuestos, y no la propia cerrazón del PP regional.
¿Para qué hablar con el PSOE si ya tienes apalabrado un pacto con los que consideran que los derechos humanos son una ideología? ¿Para qué buscar un acuerdo con quienes proponen reforzar la sanidad, la educación pública o la transición ecológica, si puedes pactar con los que niegan el cambio climático, estigmatizan a la inmigración y fantasean con el regreso a un Estado centralista y homogéneo?
La elección del PP no es casual ni táctica, es ideológica. No se trata de que Vox sea un mal necesario para sumar escaños. Es que Vox representa hoy la coartada perfecta para que el PP gobierne sin complejos, sin disimulo, sin esa máscara centrista que durante años utilizó para seducir al electorado moderado. Ahora, con la ultraderecha como socia visible, el PP se siente libre para aplicar políticas regresivas culpando al «socio molesto» de los excesos, mientras cosecha los frutos del poder sin mancharse las manos. Pero todos sabemos quién firma los decretos.
Este viraje tiene consecuencias. En lo político, porque sitúa a la Región de Murcia como un laboratorio del reaccionarismo institucional. En lo económico, porque lejos de consolidar un modelo de desarrollo sostenible e inclusivo, se priorizan políticas que favorecen a unos pocos y castigan a quienes más necesitan del apoyo público. En lo social, porque profundiza en la polarización y deslegitima cualquier intento de construir consensos amplios y duraderos.
En este escenario, el papel del PSOE ha sido tan correcto como inútil. Ofrecer acuerdos en una Región donde el PP prefiere el griterío ultra a la negociación progresista es un ejercicio de responsabilidad que, sin embargo, choca contra el muro de la soberbia. Pero también revela una diferencia de fondo: mientras unos creen en el diálogo, otros se sienten cómodos en la trinchera ideológica.
La pregunta es: ¿Qué gana la Región de Murcia con este acuerdo con Vox? La respuesta es tan clara como inquietante: nada. Salvo más crispación, más retrocesos y más bochorno. Ni una sola de las grandes urgencias de la Región —desde la crisis hídrica hasta el colapso sanitario, pasando por la despoblación rural o la falta de inversión en innovación— se resuelve gritando contra el Gobierno central o señalando a los inmigrantes. Ni una.
El Mar Menor no se salva con banderas rojigualdas ni con mociones patrioteras. La financiación autonómica no mejora con discursos incendiarios. Y la falta de médicos no se resuelve eliminando educación en igualdad ni censurando bibliotecas. Lo que hace falta es altura de miras, sentido de Estado y voluntad de acordar. Y de eso, el PP murciano carece desde hace tiempo.
Este pacto con Vox no es solo una claudicación política, es una traición al futuro. Porque normalizar a quienes niegan derechos, minimizan violencias y recortan libertades, nos empobrece como sociedad. Porque utilizar la política como un juego de tronos donde lo único importante es resistir en el poder, aunque sea a costa de vender el alma, es una receta para la decadencia.
Y lo peor de todo es que López Miras lo sabe. Sabe que hay otra forma de gobernar. Sabe que se podía haber intentado una alianza por el bien común. Sabe que su decisión lo aleja del centro político y lo acerca a la xenofobia, el racismo, el machismo y tantos otros postulados de la derecha más extrema propios de cuando España se veía en blanco y negro. Pero ha decidido que prefiere ser presidente con Vox que estadista con acuerdos.
Cuando en unos años miremos atrás y veamos cómo esta Región desaprovechó una oportunidad para avanzar, recordaremos esta decisión como el punto de inflexión. El día en que el azul del PP se tornó verde bilis. El día en que se pudo elegir diálogo y se eligió dogma. El día en que, en lugar de gobernar para todos, se gobernó para unos pocos, a costa de muchos.
Murcia merecía más. Pero el PP ha elegido menos.
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