«Hoy la realidad de nuestra sanidad es colapso, pasillos llenos y pacientes abandonados«

No escribo esto desde la cómoda distancia del despacho ni con los datos fríos que llenan informes. Lo escribo porque llevo años viendo, como ciudadano y como periodista, cómo la sanidad pública en la Región de Murcia se ha ido vaciando por dentro, víctima de una gestión que ni escucha, ni refuerza, ni se pone en la piel de los miles de personas que pasan por sus hospitales cada día. Y hoy, tras el enésimo episodio de colapso en Urgencias, después de ver pasillos convertidos en almacén de camas y sufrimiento, no me queda más remedio que decirlo así de claro: la Región de Murcia está enferma, y el origen del mal está en la política.
Llevo tiempo siguiendo de cerca la situación de hospitales como la Arrixaca, Santa Lucía, Rafael Méndez o Morales Meseguer, pero lo que hemos visto y leído en este último mes ya supera cualquier tolerancia. En Lorca, los pasillos del hospital Rafa Méndez se han llenado hasta no dar más de sí: hasta 40 pacientes a la espera de cama en urgencias, con personas pasando dos y hasta tres noches en camillas o sillas, en plena ola de calor, con el único consuelo de una cortina improvisada y la resignación de los sanitarios. He visto, y he escuchado de boca de familias, cómo hay madres durmiendo en el suelo junto a sus padres enfermos, mayores esperando dos días a ser ingresados, gente que no sabe ni cuándo ni cómo acabará esa tortura.
¿Y cuál ha sido la respuesta? El silencio. El habitual comunicado de la Consejería asegurando que “la asistencia está garantizada” y que “se refuerzan los turnos de enfermería”. Pero el colapso no es nuevo ni puntual. Lo que ha pasado en Lorca ha pasado antes en la Arrixaca, en Santa Lucía, en el Morales Meseguer. En Cartagena, las imágenes de la “unidad de pasillos” con camas improvisadas, separadas solo por biombos y sin oxígeno suficiente, hablan por sí solas. En la Arrixaca, las listas de espera para pasar de urgencias a planta llegan a superar las 48 horas, y se ven a pacientes de todas las edades pasando la noche en observación, a la espera de un hueco. El “a ver si hay suerte mañana”, convertido en rutina.
No me vale el argumento del “problema nacional” ni las excusas del consejero. En otras comunidades, con similares o peores condiciones económicas, no se vive este grado de colapso ni esta rutina de la precariedad. Lo que hay aquí es el resultado de años de mirar hacia otro lado. Lo que hay es la normalización de la escasez, la política de parches, la falta de previsión y la incapacidad para ofrecer una sanidad digna en pleno siglo XXI.
Hablad con cualquier sanitario y lo primero que os dirá será “agotamiento”. No hablo solo de cansancio físico, sino de desgaste moral, de frustración, de impotencia. Médicos, enfermeros, celadores… todos coinciden en lo mismo: la plantilla es insuficiente, el refuerzo llega tarde (cuando llega), los contratos se eternizan en la inestabilidad y la sensación es que cada ola de pacientes se afronta con menos recursos y más resignación. Los sindicatos llevan meses, años, pidiendo refuerzos reales, condiciones dignas y previsión para evitar el colapso. ¿La respuesta institucional? Aplazamientos, promesas, más planes de contingencia… y mientras tanto, los pasillos siguen llenos.
El mayor fracaso de todo esto es el deterioro de la confianza. Preguntad a las familias que han pasado días enteros en los pasillos de Urgencias de la Región, a los ancianos que esperan una cama, a los pacientes que ven cómo su operación se cancela “hasta nuevo aviso”. La sensación de abandono, de no contar para nadie, de ser un número más en una lista de espera que no se mueve. Recuerdo a una mujer que acompañaba a su madre mayor en el Santa Lucía: “Me siento invisible, nadie me da una explicación, nadie sabe cuándo tendremos una cama. Solo me dicen que tenga paciencia”. ¿Paciencia? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que el cansancio o la desesperanza lo haga todo normal?
No quiero convertir este artículo en un memorial de desgracias, pero es necesario dejar claro que todo esto tiene responsables. El gobierno de López Miras ha hecho del “ya se arreglará” su bandera. Se han recortado camas, no se han renovado contratos, se han cerrado unidades por obras o falta de personal y se han multiplicado los contratos temporales y precarios. La inversión, cuando llega, lo hace tarde y mal repartida. Y mientras tanto, la foto de la semana es la de pacientes esperando en camillas a que alguien les dé una solución, la de quirófanos cerrados o cirugías suspendidas porque faltan especialistas, la de profesionales de la sanidad —los que sostienen el sistema— al límite.
En Yecla y Jumilla, los médicos de urgencias han denunciado plantillas reducidas al mínimo, turnos de “disponibilidad 24h” y guardias por encima de lo legal. En Cartagena, once cirujanos vasculares se han ido y los pacientes graves tienen que desplazarse para operarse en otras ciudades. En los centros de salud de Murcia, cada día más pacientes son derivados al 112 o a Urgencias porque la primaria no da abasto. En todos los rincones de la Región la imagen se repite: saturación, desesperanza y resignación.
No es una cuestión de ideología, ni de crítica fácil. Es un clamor. La Región de Murcia necesita que alguien gobierne para la mayoría, que entienda que la salud pública es un derecho y no una carga presupuestaria. Que invertir en sanidad no es un gasto, es la única manera de que una sociedad funcione y tenga futuro. Es la única garantía de igualdad real, de dignidad, de justicia social.
Resulta insoportable, a estas alturas, seguir escuchando a responsables políticos negar la evidencia, justificar lo injustificable o escudarse en el Gobierno central mientras la sanidad regional agoniza. Sí, hacen falta más médicos y enfermeros en toda España, pero la responsabilidad de lo que ocurre en nuestros hospitales y centros de salud es también, y sobre todo, de quien gobierna aquí, de quien elige priorizar el marketing y el parcheo sobre la planificación y la inversión real.
Sé que este texto no arreglará el problema. Pero al menos que quede constancia: lo que pasa en la sanidad murciana no es inevitable. Es el producto de decisiones, de prioridades, de políticas que se pueden —y se deben— cambiar. No normalicemos la precariedad, no aceptemos que esperar 48 horas en una camilla es lo lógico, no miremos hacia otro lado cuando nuestros familiares y vecinos son los que sufren.
Cada vez que veo un pasillo lleno de camas, cada vez que leo la desesperación en la cara de los pacientes y la resignación en los ojos de los sanitarios, no puedo evitar preguntarme: ¿cuándo nos vamos a cansar de tanta resignación? ¿Cuándo vamos a exigir que la salud pública esté en el centro, que se acaben los parches y la propaganda y se tomen decisiones valientes? La Región de Murcia está enferma, sí, pero lo peor sería dejar de luchar por su cura.
El colapso de estos días es solo la punta del iceberg. La herida es más profunda, más estructural y más peligrosa de lo que nos quieren hacer creer. Si no reaccionamos ahora, lo siguiente será la aceptación, la resignación, el sálvese quien pueda. Y entonces, lo habremos perdido todo.
No quiero, no puedo y no voy a resignarme. Y espero que nadie más lo haga.
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