«En Murcia hay bisturí y quirófano, mientras en Cartagena se cruzan los dedos para que la ambulancia llegue a tiempo a la Arrixaca«

No sé ustedes, pero yo ya estoy harto. Harto de que a Cartagena la traten como si fuera un barrio periférico de Murcia. Harto de que, cuando toca recortar, los tijeretazos caigan siempre del mismo lado del mapa. Harto de tener que explicar lo obvio: que la salud no debería depender de tu código postal. Pero aquí estamos. Otra vez. Esta vez, por culpa de la desaparición (porque no se puede decir de otro modo) del Servicio de Cirugía Vascular en el Hospital Santa Lucía.
Sí, han leído bien. En Cartagena ya no se hacen operaciones vasculares por las mañanas. Solo unas varices por las tardes, si hay suerte. Lo demás, lo grave, lo urgente, se manda a Murcia. A más de 50 kilómetros. Y si tienes un aneurisma roto o una isquemia y cada minuto cuenta… pues mala suerte. Igual llegas a tiempo a la Arrixaca. O igual no.
Me van a perdonar el tono, pero es que esto no es una noticia cualquiera. Es un síntoma. Es el último ejemplo de cómo se desangra Cartagena, literalmente. El Hospital Santa Lucía, moderno y reluciente por fuera, está vacío por dentro en lo que respecta a esta especialidad. Desde 2020 se han ido once cirujanos vasculares. ¿Y qué ha hecho el Servicio Murciano de Salud? Nada. Bueno, sí: mirar hacia otro lado. Eso también es una forma de gestión, supongo.
Lo curioso es que en Murcia capital no faltan médicos. Allí, la Arrixaca funciona como un reloj suizo. Las cirugías se hacen. Las urgencias se atienden. Allí nadie se queda esperando a que le encuentren un cirujano a 50 km de distancia. ¿Por qué? Porque, qué cosas, allí sí hay previsión. Y recursos. Y voluntad política.
¿Y aquí? Aquí nos mandan al desguace sanitario. Aquí nos dicen que los casos urgentes serán derivados «al centro de referencia regional». Como si eso fuera una solución. Como si lo normal fuera que un hospital público moderno en una ciudad de más de 200.000 habitantes no pueda operar a sus vecinos.
Y no nos confundamos: esto no va solo de médicos, va de decisiones. De dónde se ponen los recursos y de dónde se quitan. Y en esta Región, si hay que elegir, la balanza siempre cae del mismo lado. Cartagena no falla, Cartagena se cae. Se cae su sanidad, su transporte, su inversión. Pero claro, luego nos quieren calladicos y agradecidos.
Y mientras tanto, ¿dónde está nuestra alcaldesa? ¿Dónde está Noelia Arroyo? Porque si alguien debería estar golpeando la mesa en San Esteban, exigiendo soluciones inmediatas, es ella. Pero no. Aquí, silencio. Aquí, sumisión. Arroyo prefiere no molestar a sus jefes de Murcia, no vaya a ser que le cierren más puertas de las que ya han tapiado. Parece olvidar que fue elegida para defender a Cartagena, no para hacer mutis por el foro cuando más se necesita liderazgo. Lo mínimo que se espera de una alcaldesa es que alce la voz cuando a su ciudad la están desangrando, y aquí, por desgracia, ni eso.
Y ante ese silencio cómplice, solo nos queda aplaudir —con rabia— a los que sí están, a quienes se dejan la piel cada día dentro de los quirófanos vacíos de recursos pero llenos de compromiso. No se trata de palmaditas en la espalda ni de agradecimientos vacíos: lo que necesitamos es cirugía vascular. Quiero poder confiar en que, si yo o alguien de mi familia se pone malo, va a recibir atención aquí, en su ciudad, no en otro sitio. No quiero ambulancias haciendo de quirófano móvil. No quiero listas de espera interminables, ni pacientes mendigando atención en la puerta de un hospital que, por fuera, parece de primer mundo, pero por dentro lucha con uñas y dientes gracias a profesionales que hacen milagros con lo poco que les dejan.
Y todo esto se sabe. Lo saben en la Consejería. Lo saben en San Esteban. Lo saben hasta los que lo niegan. Porque no hay forma de justificar lo que está ocurriendo. No es una mala racha. No es una casualidad. Es una consecuencia. De la desidia. De la falta de respeto. De la política de los parches, de las peonadas vespertinas, del «ya veremos si contratamos».
Murcia opera. Cartagena suplica. Y lo más triste es que ya ni nos sorprende. Que esta ciudad se ha acostumbrado a ser tratada como la hermana pobre. Que nos cuelan el cuento del “área de salud” y de la “organización territorial” para disfrazar lo que es un abandono en toda regla.
Pero no nos vamos a callar. No esta vez. Porque si algo nos queda es la voz. Y mientras esa voz no se apague, alguien tendrá que escuchar que aquí hay una ciudad que no se conforma con migajas. Que no va a aceptar que se lleven nuestra salud en ambulancia a otro hospital. Que no quiere seguir esperando mientras otros operan con normalidad.
Cartagena existe. Y duele. Y se cansa. Pero también resiste. Aunque, eso sí, si seguimos esperando mucho más, lo único que nos quedará será eso: rezar. Porque mientras en Murcia hay bisturís, aquí solo queda fe.
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