«Un servidor, superviviente como un nativo del otro lado, al poniente de la mar ‘océana’, siento miedo, pena y dolor, al ver lo fácil que es, socialmente para los mandos, el quedarse tan encorbatados y engominados ante un genocidio aplaudido y alentado»

Mucho antes de que a punta de pistola, y de sotanas con olor a queso manchego, nos obligaron a caminar camino del sol, había un dicho popular que daba fe que cada español llevaba bajo el brazo, escrita, una obra de teatro.
Luego, cuando la invasión yanqui de películas de héroes que los hinchaban a hostias y ni se despeinaban, del profundo descubrimiento de llevar la gorra con la visera para atrás y el jersey debajo de la camisa, de las obras de teatro escritas por los españoles, hemos pasado a ver a gente que no saben leer, pero anualmente, la noche anterior tienen que memorizar unos párrafos del Quijote, porque vivimos dentro de una irrealidad, que se ha hecho realidad, donde las cloacas van por arriba, por las calles, y los tramos de alcantarillados van más limpios que ciertos estamentos y partidos políticos de gente que habita en mansiones y se autodenominan gente del pueblo.
Parece ser y según la crónica frailuna española, que, don Cristóbal Colón, entre sus ruegos a una reina española sin papeles, ilegal por tanto, entre los ruegos a la Corona de Castilla, le pidió, o le rogó, que no dejara pasar a judíos ni a letrados a las tierras del otro lado de la Mar ‘Océana’, sino solamente a cristianos viejos y religiosos para que se hicieran cargo de la enseñanza y domesticar a los nativos para que comieran en sus manos, de los recursos alimenticios cultivados por los naturales del lugar.
Desde aquel, supuesto, comunicado o ruego, letrados y veedores, nunca han gozado del cariño de los estamentos de mando, porque al parecer, a muchos de ellos, se le suben las lentejas al galillo, y pasan hacia abajo convertidos, estén las troneras abiertas o no, en cañonazos de gases de los falcones a popa.
Un servidor, superviviente como un nativo del otro lado, al poniente de la mar ‘océana’, siento miedo, pena y dolor, al ver lo fácil que es, socialmente para los mandos, el quedarse tan encorbatados y engominados ante un genocidio aplaudido y alentado, donde se cambian vidas por dinero en un negocio criminal y asesino, al mismo nivel de indiferencia cruel como en la realidad pasó, cuando clérigos, cristianos viejos, veedores y judíos, arribaron sin respeto ni consideración alguna, hacia los habitantes nativos de aquellas tierras.
He visto en los medios modernos aplaudir el genocidio de oriente, y si se comentaran o se publicitaran los cometidos ahora mismo en África, podían entrar dentro del cupo de los aplausos, de manos de gentes que para nada se sienten cómplices; sino todo lo contrario.
Y si en la época que hacemos referencia señalada que, antes los cupos de emigración los españoles, seguramente rojos, marcharon en pateras hacia las tierras del poniente, veríamos en la televisión a los contertulios que se les nota a algunos, que llegan a la tele con su táper y su tortilla, hablando de la suerte que habían tenido los naturales del lugar por morir llenos de pupas, pero confesados y comulgados.
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