«La Región de Murcia ya no es el feudo intocable del PP, el cortijo se tambalea, y no por culpa de la oposición, sino por el peso de su propio ego«

Durante años, el Partido Popular convirtió la Región de Murcia en su cortijo particular, un territorio donde nada se movía sin su permiso. Mandaban, ordenaban y disponían a su antojo. Pero los tiempos cambian, y este viernes la realidad se impuso con un golpe seco: la Asamblea Regional tumbó el decreto de vivienda de Fernando López Miras con todos los grupos de la oposición votando en contra. Una derrota parlamentaria que huele a fin de ciclo, a grieta en los muros del cortijo que parecía inexpugnable.
El Gobierno regional quiso vender su decreto de “vivienda asequible” como una solución a los problemas de acceso a la vivienda. Sin embargo, ni PSOE, ni Vox, ni Podemos-IU lo compraron. La votación fue clara: 24 votos en contra y 21 a favor. El decreto se fue al suelo y, con él, la imagen de un presidente que presumía de controlarlo todo. Por primera vez en mucho tiempo, López Miras se quedó solo en su propio cortijo.
Lo que hace unos años habría sido impensable —ver a toda la oposición unida para frenar al PP— ocurrió ante los ojos de una ciudadanía cada vez más harta de su arrogancia política. El mensaje fue nítido: el poder absoluto ya no es eterno, ni siquiera en una región acostumbrada a mirar hacia otro lado mientras el patrón del cortijo hacía y deshacía.
Pero esta derrota no es un hecho aislado. Llega acompañada de un desplome en las encuestas del CEMOP, que retratan el desgaste del PP con precisión quirúrgica. Según el último barómetro, el partido de López Miras cae hasta el 36,1 % de los votos, pierde tres escaños y retrocede siete puntos en apenas dos meses. Mientras tanto, Vox crece hasta el 27,9 % y el PSOE resiste con un 25,8 % (aunque sabemos que el electorado socialista hiberna durante la legislatura para activarse justo antes de las votaciones). La caída libre ya no es intuición: es dato.
Y lo más significativo es que la pérdida de votos del PP no se debe a un solo tropiezo, sino a un modelo agotado. El cortijo político y mediático que durante años garantizó obediencia se resquebraja. El electorado ya no acepta órdenes ni promesas vacías. La imagen de poder férreo se convierte en caricatura cuando los que antes obedecían ahora se rebelan en la Asamblea. La derrota del decreto de vivienda es el reflejo parlamentario de lo que las encuestas ya avisaban: el PP ha perdido el control.
El problema para López Miras es que todavía actúa como si nada hubiera cambiado. Se presenta ante los medios con el tono de siempre, el del señorito que se niega a aceptar que la finca ya no es suya. Lamenta la votación y acusa a la oposición de “bloquear medidas útiles para los murcianos”, sin asumir que el bloqueo lo ha creado él mismo con su política de imposición y su desprecio al diálogo. El cortijo ya no le responde, pero él sigue hablando solo desde el porche.
En su discurso de la derrota, el Ejecutivo regional trató de vestir el revés como una injusticia, como si la oposición hubiera votado “contra Murcia”. Pero la realidad es otra: lo que votaron fue contra su forma de gobernar, contra esa arrogancia que convierte cada decreto en un decreto-ley, cada norma en una imposición. El PP ha confundido la mayoría absoluta con un cheque en blanco, y el viernes descubrió que el crédito se ha agotado.
Mientras tanto, los datos del CEMOP continúan escociendo en San Esteban. No hay muro más peligroso que el del autoengaño, y el Gobierno regional lleva meses encerrado en él. Creen que el desgaste se pasa solo, que la caída en intención de voto se detiene con un nuevo decreto, o con un titular ruidoso contra el Gobierno de España. Pero los murcianos parecen haber aprendido que la propaganda no llena neveras ni paga alquileres. Los jóvenes siguen sin poder emanciparse y las familias soportan una crisis de vivienda que el PP ha sido incapaz de resolver.
La derrota del decreto y las cifras del CEMOP se funden en una misma historia: la del ocaso de un poder acostumbrado a no rendir cuentas. Lo que se tambalea no es solo una norma, sino la estructura política que sostenía al PP como amo y señor de la Región. Donde antes había obediencia, ahora hay escepticismo; donde antes había miedo a discrepar, ahora hay oposición real.
El cortijo, ese símbolo del poder sin control, se agrieta. Las encuestas son el termómetro y la Asamblea el espejo. Y ambos reflejan lo mismo: la hegemonía del PP ya no es incuestionable. La Región de Murcia comienza a girar hacia otra etapa política, más plural, más imprevisible y, sobre todo, menos dócil.
Los viejos patrones no se resignan. Siguen creyendo que podrán recomponer su finca, que bastará con echar más cemento a las paredes. Pero la grieta es profunda. La soledad parlamentaria y el desplome demoscópico son síntomas de un agotamiento estructural. López Miras gobierna como si el cortijo aún fuera suyo, pero los inquilinos ya han empezado a empacar.
Y lo más irónico de todo es que el mismo PP que presumía de estabilidad y liderazgo ahora se ve amenazado por sus propios socios naturales. Vox se frota las manos y aspira a heredar el cortijo. Mientras Miras se parapeta en los decretos, los de Antelo recogen el malestar y lo transforman en voto. Cada vez que el presidente se atrinchera en su discurso victimista, su adversario crece un poco más.
El cortijo, ese feudo de poder que parecía eterno, ya no resiste ni una tormenta. La derrota en la Asamblea no es un accidente: es el síntoma de una decadencia que se acelera. Los muros se tambalean, los antiguos aliados se alejan, y las encuestas dibujan un futuro en el que el PP podría perder el trono que ha ocupado durante tres décadas.
Quizá lo más trágico —y a la vez lo más cómico— es que ni siquiera se dan cuenta. Siguen celebrando inauguraciones, lanzando decretos y culpando al Gobierno de España, mientras la tierra bajo sus pies se hunde. El cortijo se tambalea, y no por culpa de la oposición, sino por el peso de su propio ego.
Cuando la soberbia sustituye a la política, el derrumbe es cuestión de tiempo. Y en la Región de Murcia, ese tiempo ya ha empezado a contar.
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