Miente que algo queda

Miente que algo queda
Miente que algo queda

«Una semana de ataques fabricados demuestra hasta dónde llegan algunos para destruirme a mí y a mi familia»

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A veces uno cree que ya ha visto todo, que después de tantos años de trabajo honesto y de esfuerzo personal nada puede sorprenderle. Pero entonces aparecen esos que mienten, aquellos que publican sin contrastar, los medios al servicio de quien les paga, y te das cuenta de que todavía queda espacio para la decepción, para el dolor y para el asombro.

Hoy escribo este artículo no para justificarme —porque quien me conoce sabe perfectamente quién soy— sino para desahogarme, para poner palabras a una herida que no solo me afecta a mí, sino también a los míos. Y lo hago en primera persona, porque este ataque lo he sentido en la piel, en el estómago, en las noches sin dormir y en el silencio de mi casa cuando mis seres queridos me preguntan por qué hay gente que está dispuesta a inventar cualquier cosa con tal de hacer daño.

Quienes han difundido esas falsedades lo han hecho con un único propósito: destruirme. No buscan la verdad, no buscan la justicia, no buscan mejorar nada. Solo buscan desgastar, arrastrar y humillar. Y lo peor es que lo hacen desde una comodidad cobarde, parapetados en titulares engañosos y en afirmaciones que jamás han intentado verificar. Ni una llamada, ni una pregunta, ni un mínimo gesto de profesionalidad. Nada. Solo repiten lo que otros inventan porque ellos mismos les han vendido las falacias, porque para esa gente la mentira es una herramienta útil cuando el objetivo es derribar a alguien.

Me he visto obligado a leer cosas sobre mí que jamás imaginé que alguien pudiera llegar a escribir. Afirmaciones lanzadas sin pruebas, insinuaciones maliciosas, construcciones retorcidas que buscan crear una sombra donde no la hay. Es duro, muchísimo más duro de lo que admitimos en público. Porque una cosa es que te critiquen por tus decisiones, por tus ideas o por lo que haces. Eso forma parte de la vida y uno lo asume. Pero otra muy distinta es que utilicen el ataque personal, la mentira y la tergiversación como un arma. Que inventen. Que manipulen. Que te ataquen a través de tus seres queridos. Que disfruten haciéndolo.

No voy a negar que he sentido rabia. Una rabia profunda e impotente. Pero también he sentido tristeza. Tristeza por ver hasta qué punto algunas personas están dispuestas a vender su dignidad por unos clics o por cumplir el encargo de quien los empuja desde la sombra. Tristeza por comprobar cómo el ruido de los que gritan puede, por momentos, silenciar la voz de quienes sí conocen la verdad. Y, sobre todo, tristeza por tener que explicar a mi familia que lo que se está diciendo de mí no solo es falso, sino profundamente injusto.

Ellos son quienes realmente sufren. Porque yo, al menos, tengo claro que todo esto no es más que una maniobra de quienes temen lo que represento o lo que puedo llegar a representar. Pero mi familia, mi entorno, mis amigos… ellos no eligieron esto. Y ver cómo se preocupan, cómo se angustian al leer mentiras diseñadas para dañar, es lo que más me desgarra. Me gustaría que fuesen capaces de empatizar, de ponerse por un solo instante en mi lugar. Aunque sé que no lo harán. Porque para ellos no somos personas: somos objetivos.

He tenido momentos de silencio prolongado en los que me he preguntado qué lleva a alguien a actuar así. ¿Por qué tanta maldad? ¿Por qué ese empeño en destruir? La respuesta es, tristemente, simple: porque pueden. Porque saben que, para algunos sectores, da igual que lo que publiquen sea mentira. Lo importante es sembrar la duda. Manchar. Ensuciar. Que haya quien lea el titular y no pase del primer párrafo. Que el eco de la falsedad resuene más fuerte que la verdad. Esa es su estrategia. Lo ha sido siempre. Miente que algo queda.

Pero no voy a callar. No voy a esconderme. No voy a permitir que otros escriban mi historia con frases disfrazadas de noticia y acusaciones envueltas en supuesta objetividad. Puedo soportar el ataque, pero no voy a soportar la injusticia. Todo lo que se ha dicho es mentira. Y lo digo así, con todas las letras, sin rodeos. Mentira. Una construcción artificial creada pieza a pieza para generar daño donde no lo había. Una campaña que utiliza el método más viejo del mundo: repetir una falsedad hasta que algunos empiecen a creerla.

No es la primera vez que se intenta manipular el relato, ni tampoco la que han decidido cruzar todas las líneas utilizando a la familia para dañar. No se conforman con criticar mi trabajo; ahora pretenden cuestionar mi integridad, mi honor, mi forma de vivir. Y eso, para quien se deja la vida cada día intentando hacer lo correcto, duele. Duele en lo más profundo. Duele porque la mentira se clava en el mismo sitio en el que uno guarda su identidad, su nombre y su trayectoria.

A quienes han leído esas informaciones les pido solo una cosa: miren la intención. Pregúntense quién gana con todo esto. Quién se beneficia de que yo aparezca envuelto en supuestos escándalos que jamás existieron. Pregúntense por qué jamás me llamaron para contrastar, por qué jamás se interesaron por la versión real. Pregúntense por qué algunos parecen tener tantas ganas de verme caer. Cuando uno responde honestamente a esas preguntas, la verdad se abre paso sola.

Escribir estas palabras no me resulta fácil. Pero hoy necesito hacerlo. Porque no quiero que la mentira avance sin resistencia. Porque quiero mirar a mi familia dentro de unos años y poder decirles que, cuando algunos intentaron destruirnos con falsedades, yo no me quedé quieto. Que me defendí, no con insultos ni con ataques, sino con la verdad. Con mi verdad, que es la única que tengo y la única que necesito.

Y la justicia, aunque lenta, pondrá a todos en sus sitio. Si. La justicia, esa que debe ser igual para todos. Los denunciantes pasaran a ser denunciados. Los que dañan como único camino para llegar a un fin, tendrán que rendir cuentas. Porque no tengan dudas que yo también seré un denunciante y ellos los denunciados. Todo llega. La verdad nos hará libres, y los mentirosos creadores de bulos serán demandados.

Sé que esta tormenta pasará. Siempre pasa. La verdad termina imponiéndose, aunque a veces tarde más de lo que debería. Y también sé que, cuando esto ocurra, aquellos que han alimentado la mentira desaparecerán en silencio, como siempre hacen. Pero lo que no desaparecerá es la huella que han dejado en nosotros. Esa cicatriz quedará, porque nadie olvida el dolor de ver su nombre manchado sin motivo.

Escribo este artículo para que conste, para que quede claro, para que nadie pueda decir que no hablé. Están usando la mentira como arma y están intentando destruirme. Pero no lo conseguirán. Miente que algo queda, sí. Pero la verdad también queda. Y yo seguiré aquí, con la cabeza alta, defendiendo la mía.

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