El Mar Menor hierve

El Mar Menor hierve
El Mar Menor hierve

«La mayor laguna salada de Europa alcanza estos días temperaturas inéditas de hasta 32 °C. El Mar Menor se asfixia bajo un calor anómalo que amenaza con desencadenar otra mortandad masiva. Y mientras tanto, en San Esteban, se sigue gestionando la emergencia ambiental más grave de la Región con propaganda, excusas y desidia«

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Hace solo unos días bajé a la orilla del Mar Menor. Era a media tarde, en La Manga. No había viento. El sol caía sin piedad. Me acerqué al agua y la sensación fue tan inesperada como inquietante: ardía. No como el calor agradable de agosto, no. El agua estaba tan caliente que el cuerpo te pedía salir. No era una playa, era una fiebre.

Y entonces pensé en lo que esa fiebre significa. No es solo incómoda. Es un síntoma. Es el cuerpo de la laguna avisando de que no puede más. Es un grito. Uno que, sin embargo, parece no escuchar quien más debería: el Gobierno de la Región de Murcia.

Las mediciones de este verano son alarmantes. El agua ha alcanzado los 32 grados, y en algunas zonas incluso los 35. No hay precedentes. Es el registro más alto de las últimas décadas. Y con ese calor, el oxígeno se esfuma. La vida marina comienza a asfixiarse. Los peces, los cangrejos, las anguilas… se tambalean al borde del colapso. De nuevo.

Porque ya ha pasado. Lo vivimos —lo sufrimos— en 2019. Y en 2021. Con la orilla convertida en un cementerio marino. Con vecinos llorando mientras recogían cubos llenos de peces muertos. Dijimos que nunca más. Que habíamos tocado fondo. Pero no fue verdad.

El Mar Menor hierve
Miles de peces muertos en el Mar Menor en el episodio de anoxia de 2019

El Mar Menor no está así por una ola de calor puntual. Está así porque lleva años intoxicado. Porque el Campo de Cartagena, con la complicidad silenciosa del Gobierno regional, ha convertido su entorno en una máquina que extrae riqueza a costa del mar. Porque la rambla del Albujón sigue escupiendo fertilizantes y nitratos como si nada. Porque no se ha querido cerrar el grifo. Y porque en vez de aplicar las leyes que ellos mismos aprobaron, en San Esteban se han dedicado a no molestar demasiado a quienes contaminan.

La Ley del Mar Menor existe. Fue una conquista social. Pero sigue sin cumplirse. Porque el Gobierno de López Miras, año tras año, repite que el Mar Menor es una prioridad… mientras desmantela inspecciones, ralentiza las inversiones y permite que la laguna siga recibiendo veneno por tierra, por agua y por aire.

Se han presupuestado millones para protegerla, sí. Pero en la práctica, las medidas llegan tarde, a medias o nunca. Se anuncian actuaciones para la galería. Se presentan campañas de retirada de biomasa como si fueran soluciones estructurales. Se habla de sostenibilidad en ruedas de prensa, pero se protege a quienes incumplen desde los despachos.

¿Y mientras tanto? Mientras tanto, el Mar Menor arde. Literalmente. El oxígeno baja. Las aguas se enturbian. La salinidad cae. Y el equilibrio ecológico se resiente. Lo dicen los datos. Lo advierten los científicos. Pero en la sede del Gobierno regional siguen instalados en la propaganda. En la autocomplacencia. En el negacionismo encubierto.

Hay un detalle que lo resume todo: desde hace más de un año, López Miras está coqueteado con la idea de derogar —sí, derogar— la ley que protege al Mar Menor. Lo han planteado como otra nueva cesión a la ultraderecha. Como peaje para sus pactos con VOX. Como si los derechos de un ecosistema pudieran intercambiarse por cuotas de poder. Eso no es solo irresponsable. Es indecente.

Y lo es aún más cuando quienes gobiernan han sido testigos —con traje y corbata— de las imágenes más trágicas que ha vivido esta Región. Cuando han escuchado los gritos de “¡SOS Mar Menor!” de una sociedad entera que no quiere resignarse. Cuando saben que lo que está en juego no es un charco, ni un espacio natural cualquiera: es la identidad de la Región de Murcia. Es su corazón. Su alma.

El Mar Menor no es solo un paraje. Es nuestra historia común. Es los veranos de la infancia. Las comidas con los abuelos. Las tardes de bicicleta junto al agua. Las fotos antiguas con sombrilla de rayas y flotador de corcho. Perderlo es perder parte de nosotros mismos.

Y sin embargo, lo estamos dejando morir. Por negligencia. Por cobardía política. Por falta de visión.

La ciudadanía ha hecho su parte. Ha protestado. Ha salido a la calle. Ha recogido firmas. Ha impulsado leyes. Ha exigido justicia. Pero no puede hacerlo todo sola. La responsabilidad última es de quienes tienen el poder —y los medios— para cambiar las cosas. Y ese poder, ahora mismo, está secuestrado por un gobierno regional que ha hecho del Mar Menor un decorado electoral, pero no una prioridad real.

La fiebre de la laguna es una metáfora perfecta: lo que arde no es solo el agua. Es la conciencia de una tierra que se desangra mientras sus gobernantes se miran el ombligo. Y si no reaccionamos, si no alzamos la voz, si no exigimos responsabilidad política ya, lo que vendrá no será solo otra mortandad. Será el final.

Todavía hay tiempo. Pero cada día cuenta. El Mar Menor no puede esperar al próximo ciclo electoral. No puede aguantar más excusas. Ni más titulares vacíos. Ni más pactos con quienes niegan la evidencia científica. Necesita protección. Acción. Compromiso.

El Gobierno de la Región de Murcia debe elegir: o está con la vida o con la inercia. O con la ciudadanía o con quienes lo han llevado al abismo. O actúa con valentía o será recordado como el que dejó morir al Mar Menor por cobardía.

Yo no quiero volver a ver la orilla llena de cadáveres marinos. No quiero tener que explicar a mis hijos que lo sabíamos todo y no hicimos nada. No quiero callar. Quiero justicia ambiental. Quiero futuro. Y no lo quiero dentro de diez años. Lo quiero ya.

Porque si el Mar Menor se muere, no se muere solo. Se muere también la dignidad de esta Región. Y no lo vamos a permitir.

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